Cuento infantil (y por qué no también para nosotros, los adultos...)
"La ciudad sin colores"
Cuando la pequeña Violeta se levantó aquella mañana comprobó con terror que su habitación se había quedado sin colores.
- ¿Qué ha pasado? – se preguntó la niña comprobando con alivio que su
pelo seguía rojo como el fuego y que su pijama aún era de cuadraditos
verdes.
Violeta miró por la ventana y observó horrorizada que no solo su habitación,
¡toda la ciudad se había vuelto gris y fea! Dispuesta a saber qué había
ocurrido, Violeta, vestida de mil colores, se marchó a la calle.
Al poco tiempo de salir de su casa se encontró con un viejito oscuro
como la noche sacando a un perro tan blanco que se confundía con la
nada. Decidió preguntarle si sabía algo de por qué los colores se habían
marchado de la ciudad.
-Pues está claro. La gente está triste y en un mundo triste no hay lugar para los colores.
Y se marchó con su oscuridad y su tristeza. Al poco tiempo, se encontró
con una mujer gris que arrastraba un carrito emborronado y decidió
preguntarle sobre la tristeza del mundo.
-Pues está claro. La gente está triste porque nos hemos quedado sin colores.
-Pero si son los colores los que se han marchado por la tristeza del mundo…
La mujer se encogió de hombros con cara de no entender nada y siguió
caminando. En ese momento, una ardilla descolorida pasó por ahí.
-Ardilla, ¿sabes dónde están los colores? Hay quien dice que se han
marchado porque el mundo está triste, pero hay otros que dicen que es el
mundo el que se ha vuelto triste por la ausencia de colores.
La ardilla descolorida dejó de comer su castaña blanquecina, miró con curiosidad a Violeta y exclamó:
-Sin colores no hay alegría y sin alegría no hay colores. Busca la
alegría y encontrarás los colores. Busca los colores y encontrarás la
alegría.
Violeta se quedó pensativa durante un instante. ¡Qué cosa extraordinaria
acababa de decir aquella inteligente ardilla descolorida!
La niña, cada vez más decidida a recuperar la alegría y los colores,
decidió visitar a su abuelo Filomeno. El abuelo Filomeno era un pintor
aficionado y también la persona más alegre que Violeta había conocido
jamás. Como ella, el abuelo Filomeno tenía el pelo de su barba rojo como
el fuego y una sonrisa tan grande y rosada como una rodaja de sandía.
¡Seguro que él sabía cómo arreglar aquel desastre!
-Pues está claro, Violeta: Tenemos que pintar la alegría con nuestros colores.
-Pero eso, ¿cómo se hace?
-Muy fácil, Violeta. Piensa en algo que te haga feliz…
-Jugar a la pelota en un campo de girasoles.
-Perfecto, pues vamos a ello…
Violeta y el abuelo Filomeno pintaron sobre las paredes grises del
colegio un precioso campo de girasoles . Un policía incoloro que pasaba
por allí quiso llamarles la atención, pero el abuelo Filomeno con su
sonrisa de sandía le preguntó alegremente:
-Señor Policía, cuéntenos algo que le haga feliz…
-¿Feliz? Un sofá cómodo junto a una chimenea donde leer una buena novela policiaca.
Y fue así como Violeta, el abuelo Filomeno y aquel policía incoloro se
pusieron a pintar una enorme chimenea con una butaca de cuadros. En ese
momento una mujer muy estirada y sin una pizca de color se acercó a
ellos con cara de malas pulgas, pero el abuelo Filomeno con su sonrisa
de sandía le preguntó alegremente:
-Descolorida señora, díganos algo que le haga muy feliz…
-¿Feliz? ¿En estos tiempos grises? Déjeme que piense…una pastelería llena de buñuelos de chocolate.
Poco a poco, todos los habitantes de la ciudad fueron uniéndose a aquel
grupo y llenando la ciudad de murales llenos de cosas maravillosas, que a
todos ellos les hacían muy feliz. Cuando acabaron, la ciudad entera se
había llenado de colores. Todos sonreían alegres ante aquellas paredes
repletas de naranjas brillantes, azules marinos y verdes intensos.
Volvían a ser felices y volvían de nuevo a llenarse de colores.
Terminada la aventura, el abuelo Filomeno acompañó a Violeta a su casa.
Pero cuando iban ya a despedirse, a Violeta le entró una duda muy
grande:
-Abuelo, ¿y si los colores vuelven a marcharse un día?
-Si se marchan tendremos que volver a sonreír. Solo así conseguiremos que regresen…
Y con su sonrisa de sandía, el abuelo Filomeno se dio media vuelta y continuó su camino a casa.